Situaciones problemáticas


La capacidad e inclinación a ir más allá de sí mismos, de tender hacia los valores centrales y, en definitiva a Dios, es una inclinación que favorece la cooperación a la llamada divina, sin embargo, los límites inherentes a la persona pueden obstaculizar la libertad de frente a esta colaboración[1].

La persona es llamada a la madurez y a la integración de su potencial psico-afectivo y espiritual. Pero la estructura compleja de su ser y su contrastante situación en el mundo constituyen una fuente de conflictos, tensiones, frustraciones que pueden generar crisis en su existencia. La serie de emociones y motivaciones, la mayor o menor resistencia del cuerpo a ciertas finalidades de la existencia y la desproporción entre las íntimas aspiraciones del hombre y las realidades a las que se confronta, pueden comprometer su armonía y su misma seguridad creando desilusiones y debilidad de ánimo[2]. Si estas tensiones se intensifican y perduran en el tiempo pueden llegar a provocar incluso tendencias neuróticas, de donde deriva la irritación interna y la agresividad externa.

Estas realidades problemáticas, a veces inevitables, deben ser conocidas y aceptadas para descubrir su aspecto positivo. Puesto que las diferentes dificultades, si son bien acogidas y superadas, mantienen despiertos e impiden detenerse en el camino hacia la perfección. Como escribía Adler: «El talento no puede alcanzar su plenitud sin la contribución de frustraciones y traumas psíquicos»[3].

Por otra parte, la situación humana en el mundo es fuente de conflictos interpersonales: la problemática familiar, la presión social, la sed de dominio, de poder, el desarrollo económico indiscriminado y la conciencia moral, las exigencias externas y los intereses profesionales, el conflicto generacional y las exigencias del trabajo, etc., ponen a la persona ante situaciones difíciles.

El origen de estos conflictos aunque puede ser variado y diverso, tienen ante todo una raíz intrasubjetiva, como lo expresa el Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et spes:

«Los desequilibrios que sufre el mundo contemporáneo están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que tiene sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el interior del hombre [...]. El hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, que tiene que elegir y que renunciar»[4].

Por una parte, los hombres somos por naturaleza seres finitos, capaces de actos humanos a través del uso de la voluntad, de la razón y de elecciones iluminadas, de dirigirse hacia un objeto deseado, en el caso de un cristiano, hacia la meta final, la transformación en Cristo, para una total respuesta a la gracia. Por otro lado, la naturaleza de nuestro ser es tal, por lo que somos parcialmente no libres, es decir, podemos elegir y, elegimos pero en base a nuestras necesidades humanas y no según nuestros ideales; elegimos objetos, valores y fines que están en desacuerdo con nuestro ser personas ordenadas, criaturas de Dios, en relación con Él[5].

Cada uno vivimos esta dialéctica entre deseo y realización, entre el infinito y el límite[6], entre el ideal y el actual, entre las necesidades humanas y los diversos tipos de valores; entre los valores humanos dirigidos a la realización personal y los valores teocéntricos cuya meta es la trascendencia de sí; entre las necesidades humanas y las necesidades de sobrenatural y de trascendencia. Sin embargo, «estas inconsistencias son parte del proceso de crecimiento, y a ellas de debe poner atención para afrontarlas en modo adecuado»[7].

Estas experiencias típicamente humanas, nos animan a considerar en este apartado tres problemáticas de la persona humana: la inmadurez afectiva, el problema de la imagen de sí y los mecanismos de defensa, problemáticas que frecuentemente se presentan en los consagrados


[1] Cf. Healy, T., (1997). La sfida dell autotrascendenza… Opus cit., 98.
[2] Cf. Goya, B., (2001). Vita Spirituale… Opus cit., 173.
[3] Adler, A., (1948). Le temperament nerveux, Paris: Payot, 49.
[4] GS, 10.
[5] Cf. GS, 10; Ridick, J., (1983). I voti, un tesoro in vasi d’argilla, Roma: Piemme, IX.
[6] Cf. Manenti, A., (1996). Vivere gli ideali, fra paura e desiderio 1, Bologna: EDB, 65.
[7] Ridick, J., Dyrud, J., (1997). Training… Opus cit., 252-253.

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