«nihil humanum est alienum»




Una de las características de la persona humana considerada como misterio es la desproporción que experimenta en su interior, entre lo finito y lo infinito, entre lo corporal y lo espiritual, entre lo temporal y lo eterno. La persona no teniendo en sí la razón de su propia existencia, busca continuamente realización de sí misma en otro y en el Otro. Esta experiencia, de una parte, es una inclinación que favorece la cooperación a la llamada divina, aunque, de otra, su estructura compleja y su contrastante situación en el mundo crean una serie de conflictos que pueden generar crisis en su existencia.

En esta página, queremos ofrecer reflexiones para la formación permanente en la vida consagrada, ya que ésta no se presenta como una alternativa «nihil humanum est alienum», nada de lo que es verdaderamente humano le resulta extraño o contrario. Y cómo la vivencia de la vocación consagrada coincide y perfecciona armoniosamente la manera de realizarse a sí mismo.

Pero, como la vida consagrada se funda en la sequela Christi, la forma típica de realizarse, coincide en la imitación Cristo y por consiguiente en el empleo de todas las energías a causa del Reino, cuya expresión más profunda se revela en la profesión de los consejos evangélicos que implica tres dimensiones fundamentales de la persona: la tendencia al tener, al afecto y al poder, en torno a las que gira toda la existencia humana. Dice al respecto la Constitución Dogmática Lumen gentium:

«Aunque lleva consigo la renuncia de unos bienes [...] no impide el desarrollo de la persona humana, sino que, por su misma naturaleza, lo favorece»[1].

Por su capacidad de ir más allá de sus propios intereses, de dar un no definitivo aun sobre exigencias irrenunciables del ser humano como el derecho de propiedad, de autogestión y de familia es apto de hacer una elección de obediencia, castidad y pobreza.

Sin embargo, tal como lo afirma la Instrucción Caminar desde Cristo: «Junto al impulso vital, capaz de testimonio y de donación hasta el martirio, la vida consagrada conoce también la insidia de la mediocridad en la vida espiritual, del aburguesamiento progresivo y de la mentalidad consumista»[2]. Influenciados por el ambiente, no pocas veces hemos hecho nuestros los valores que hoy mueven a la sociedad: lo provisorio, lo sensible y lo desechable, propio de la cultura «light».

La situación en el mundo, la tentación de vivir sin ilusiones, la distancia entre los valores que se profesan y la realidad que se vive, además los sentimientos, los afectos, las crisis, la estima de sí, etc., son elementos que nos acompañan en la vida y que confirman que «llevamos un tesoro en vasijas de barro»[3], el hecho de haber sido llamadas a vivir una vocación particular en el seguimiento de Cristo no nos excluye de estas experiencias.

La fragilidad de la vasija que ilustra la fragilidad del hombre, requiere la vigilancia humana, que implica sabiduría y prudencia a fin que la vasija no se agriete, comprometiendo la capacidad de custodiar el don recibido. De aquí nace la urgencia de una formación permanente, pero una formación que no se limite a periodos fuertes sino ante todo es necesario entrar en una dinámica de formación continua. Es la única forma de mantener el espíritu atento.



[1] LG, 46.
[2] Caminar desde Cristo, 12.
[3] 2 Cor 4,7.

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