La inmadurez afectiva


La ausencia de amor o falta de afectividad en la vida del ser humano, sobre todo en los primeros años de vida, puede conducir a la persona a graves desequilibrios y profundas perturbaciones en la personalidad. Esa desarmonía penetra todo el comportamiento de la persona que eventualmente no es capaz de resolver el desequilibrio[1]. De hecho, se ha constatado que muchos inadaptados proceden de familias desunidas y carentes de afectividad. Incluso la neurosis de frustración, tiene sus raíces en las distorsiones de la relación amorosa afectiva.

Cuando el ser humano tiene la impresión de que no hay nadie en el mundo que lo aprecie, cae en la sensación de que el vacío absoluto invade su existencia.

Particularmente, la mujer siente cuando es acogida y amada, y su capacidad de responder generosamente al amor, representa una inagotable fuente de fuerza y de vida, que puede transformarse en sufrimiento, en rigidez y en depresión si su necesidad no recibe una respuesta adecuada o si es censurada y reprimida. Ésta es la raíz de los conflictos de base afectiva que a veces laceran el tejido del ánimo humano y que pueden llegar a manifestarse en neurosis[2].

A nivel psicológico y vocacional cuando la afectividad no ha sido integrada armónicamente en la totalidad de la persona; cuando se ha descuidado o reprimido, el individuo vive en un estado conflictivo y pueden surgir los siguientes casos: sentido de culpa patológico, inmadurez psico-afectiva, estados de inseguridad, de temor, de ansia, pulsiones incontrolables derivadas de la represión del instinto, libertad muy limitada debida a la presión de los mecanismos inconscientes, dependencia afectiva, falta de confianza en sí mismos, identidad personal confusa o negativa y complejos de inferioridad.

Las fuerzas de estos estados de ánimo alterados son difícilmente controlables, haciendo imposible una sana y constructiva integración en la totalidad de la persona, en modo de promover el proceso de madurez a nivel humano – espiritual y vocacional[3].

La continua frustración de las necesidades de relaciones amistosas genera fácilmente en la mujer un estado de tensión que altera su natural delicadeza y ternura, hasta comprometer la armonía interior y destruir los rasgos más preciosos de la feminidad[4]. La prolongada frustración de la necesidad de calor humano puede exasperar su ánimo hasta hacerle asumir actitudes de indiferencia y de dureza.

Otra causa del conflicto puede venir de las desilusiones sufridas en la infancia, que llevan a la mujer a negarse cualquier expresión de afecto para evitar otros posibles rechazos. La situación conflictiva, especialmente si continúa y se prolonga en el tiempo, confluye a veces en un cuadro patológico.

 En estos casos, el individuo además de consumir energías interiores, presenta una particular forma de neurosis, reconocible por una necesidad neurótica de recibir amor que presenta una intensidad superior a la de la persona normal. Frecuentemente esta necesidad se revela compulsiva (el individuo se siente obligado a satisfacerla y no precisamente en fuerza de administrarlo de forma equilibrada) e indiscriminada (puede implicar a cualquier persona, u orientarse sobre animales u objetos). La persona dominada de este tipo de necesidad es dispuesta a todo, incluso a graves renuncias y sacrificios por satisfacerlo.

Otra característica de la necesidad neurótica de amor es la insaciabilidad, que se manifiesta con crisis de celos, propia de estados de inseguridad, por lo que la mujer puede difícilmente aceptar que otras reciban atenciones. Además, crea la exigencia de un amor incondicionado, por lo que no acepta límites de tiempo en las demostraciones de afecto[5]. A veces, la inestabilidad afectiva se expresa en una exagerada avidez por la comida, en una necesidad irracional de excesivas comodidades, de privilegios, de domino sobre los otros, de diferentes placeres, beber, fumar, lecturas excitantes, autoerotismo, etc.

De frente al rechazo, verdadero o presunto a su solicitud de amor, la mujer neurótica reacciona con actitudes extremas como el odio, la calumnia, el recato, la venganza, la denigración, etc. El neurótico recurre a diferentes estratagemas, con tal de satisfacer la insaciable necesidad afectiva.

En estos casos, el individuo no es capaz de amar verdaderamente, aunque está convencido de lo contrario, piensa de saber amar, de donarse, sólo porque se priva de algo para dar. Ordinariamente estos gestos de generosidad no nacen de una disposición altruista, más bien son animados o de codicia de conquistar al otro, o del temor a ser abandonado, o porque es bloqueado de la inhibición que no permite desear a nivel consciente algo para sí, ni siquiera la felicidad[6].

Los celos hacia otras personas, son otra particular característica de la inmadurez afectiva, que lleva fácilmente a denigrar a los otros y a producir un estado de sufrimiento y de amargura en la misma persona celosa. Estos, generan la rivalidad, la lucha por ser igual o superior al otro. Son síntomas que revelan una emotividad exasperada y distorsionada, una inseguridad profunda, una imagen de sí negativa o inferior[7].

El desequilibrio en la afectividad puede manifestarse en una actitud contradictoria en el modo de relacionarse. En confronto con la comunidad pueden surgir antipatías, resentimientos, rechazos, gestos de intolerancia y hasta de odio. Es evidente que estas actitudes tienen una valencia moral y religiosa porque ofenden la caridad y turban el correcto andar de la comunidad.

Una afectividad inmadura es también capaz de generar conflictos y tensiones que nacen cuando el individuo se encuentra bajo el influjo de dos fuerzas diversas opuestas e incompatibles entre ellas. Este estado de ánimo da origen a tensiones que pueden desembocar en reacciones de agresividad, de fuga, de depresión, etc.

En la persona consagrada, el conflicto puede inducir a abandonar la vida religiosa, porque se siente inconciliable con el estado de confusión y de tensión. Las dudas y las preocupaciones más frecuentes son: la incapacidad de hacer algo justo, el temor de no ser fiel a las responsabilidades, la impresión de que la decisión de entrar en el convento no sea motivada en modo recto y válido, en fin, un sentido de indignidad al verse comprometidas en un estado, en el cual no se siente adapta, todo esto genera sentimientos de angustia e infelicidad.

Generalmente estos sentimientos nacen de fuertes tensiones interiores, de sentido de culpa y de inferioridad, sus raíces están en el inconsciente. El conflicto intrapsíquico da lugar a un camino tortuoso y accidentado en el proceso de madurez humana y espiritual. Se trata de personas problemáticas consigo mismas y con los otros, que dan pasos falsos y peligrosos, que se involucran en situaciones comprometedoras, que hacen exactamente lo contrario de lo que quieren hacer.

El dinamismo que mueve a estos individuos a meterse en situaciones problemáticas nace de una actitud interior extraña, producida del estado conflictivo, en base a la cual sienten contemporáneamente gusto o sufrimiento, creando mayores dificultades a sí y a los otros. Esto produce inestabilidad, estados de ánimo que cambian fácilmente y propósitos que pierden rápidamente eficacia.

Para finalizar este inciso podemos deducir que en la solución a estos problemas, la lógica de la afectividad debe ser integrada por el deseo racional que sigue criterios de universalidad y no contradicción. Los problemas sólo pueden resolverse plenamente a nivel de racionalidad, la cual no niega ni anula la afectividad, sino que la encuadra en un nivel que permite salir de las contradicciones de la afectividad, como las de amor - odio, venganza - ternura, etc., necesariamente presentes en toda relación afectiva, pero podrán ser adecuadamente controladas si están encuadradas en el contexto del sentido dado a la relación misma, porque permaneciendo en un plano emotivo, la relación permanece conflictiva e inestable[8].


[1] Cf. Van Kaam, A., (1972). Religione e personalità, Brescia: La Scuola, 208.
[2] Cf. Giordani, B., (1993). La donna nella vita… Opus cit., 391.
[3] Idem, 469.
[4] Ibidem, 392.
[5] Cf. Horney, K., (1973). Psicología femminile, Roma: Armando, 282.
[6] Cf. Idem, 290.
[7] Cf. Giordani, B., (1993). La donna nella vita… Opus cit., 470.
[8] Cf. Cencini, A., Manenti A., (1994). Psicología… Opus cit., 61.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
free counters

Share

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites