¿Por qué puedo decir que soy muy feliz?







Hace casi diez años que tomé la decisión más importante de mi vida: dejar a mis padres, a mi familia y el ambiente en que vivía (la escuela, mis amigos, el grupo juvenil de la parroquia), lo cambie todo por un único amor: Jesús, el Hijo de Dios, que robó mi corazón. Poco a poco me fue descubriendo el gran amor que me tiene y que le llevó a dar su vida por mí en la cruz. 
Hubo muchos acontecimientos en el transcurso de mi discernimiento vocacional que me invitaban a seguirlo, pero lo que más escuchaba en mi corazón era esa voz que me decía: te amo más que nadie… nadie te ama como yo… 
Yo sabía que me hacía falta algo, sabía que era feliz con lo que hacía, con mi familia y mis amigos, pero quería algo más, me daba cuenta de que otros no eran felices como yo, que no conocían a Jesucristo y que sufrían mucho, entonces me pregunté ¿cómo puedo ayudarlos, qué puedo hacer para darles a conocer el amor que Jesús les tiene? 
La única respuesta que encontré fue la de dar mi vida al servicio de los demás, pero no sabía en concreto a quiénes quería Jesucristo que yo sirviera, miraba a los mendigos, a los niños abandonados, a los enfermos y no encontraba la respuesta a mi pregunta ¿a quienes he de ayudar? 
Y sucedió que en un retiro espiritual al que asistí, estando yo ante la presencia de Jesús sacramentado me atreví a formular mi pregunta, yo le hablé a Jesús de los pobres que veía en las calles mendigando y de las necesidades que veía en ellos, pero también le hablé de otros hombres (los sacerdotes) que sabía necesitaban atención, peroaparentemente no eran muy pobres. 
Y mi sorpresa fue muy grande cuando a mi pregunta ¿por quién quieres que te consagre mi vida?... escuché en mi corazón… ¡POR ELLOS… LOS SACERDOTES! No lo podía creer, mi pregunta estaba contestada, me sentí la persona más feliz en el mundo, ya no tenía que buscar más, Jesús mismo había respondido a mi pregunta. 
Y ahora cada vez que sirvo a un sacerdote, que lo ayudo a caminar o a moverse si está enfermo ó le ayudo en cualquier otra necesidad, puedo escuchar las palabras de Jesús que me dice: “cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). 
Por eso soy muy feliz, porque le atiendo a Él mismo en la persona de sus sacerdotes, ellos aparentemente no necesitan de ayuda, pues los vemos casi siempre rodeados de personas que los quieren y los acompañan, pero cuando son ancianos, muchos de ellos se encuentran totalmente solos, cansados y enfermos y sin nadie que los atienda, pues lo dejaron todo para servir a la Iglesia. 
Por esta razón el Instituto de Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote al cual pertenezco tiene esta misión de atender al sacerdote anciano y enfermo y de ayudarlo en sus necesidades pastorales, orando constantemente por su santificación mediante la nuestra. Es hermoso consagra la vida a Dios en el servicio a sus sacerdotes viendo en ellos al Cristo de la tierra.
Que Dios os Bendiga. 





Hna. Marga

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