Estar enamorado



Cada enamorado, a su modo, goza de la certeza de ser amado y de amar, de estas dos certezas, nace la libertad afectiva. El enamorado, no tiene necesidad de otros afectos, y no cambiaría con ninguno al mundo la persona amada; por esto el enamoramiento es exclusivo y el sabe de eterno, porque significa decir o escuchar de otro las palabras: “tú no morirás, tú vivirás para siempre”.

Esto es mejor cuando se ama a Dios y cuando es Dios a susurrar esas palabras. Porque nada como su amor puede darnos estas dos certezas: ser amado desde siempre y para siempre, y de poder y deber amar para siempre. “Para siempre” es posible y experimentable sólo con el eterno; es verdadero y abraza en plenitud el tiempo solo con quien está fuera del tiempo. “Para siempre” es el inicio y la garantía de la libertad afectiva; de un lado elimina el miedo que cada hombre lleva dentro y la duda de no ser amado, del otro quita la pretensión especulativa de merecer el amor.

La cruz, máxima expresión del amor divino, libera radicalmente del miedo, es la prueba suprema de que el amor no puede ser conquistado, es don, pero puede ser gustado sólo por quien no lo busca ávidamente, sólo por quien es libre de dejarse amar.

De aquí una consecuencia de que el enamorado de Dios ama y se siente  amado, pero no por esto es insensible al amor, como si no tuviera necesidad. Al contrario, por esto hace crecer su sensibilidad, haciéndola más atenta y fina consintiéndole de dejarse amar, y no solo por  Dios, sino es libre de apreciar con reconocimiento los pequeños gestos de afecto de los que normalmente está llena la vida y que vienen de las personas que nos rodean.

El alma enamorada encontrará y gustará cada día la paz prometida por Jesús, con la certeza de que por cuanto se donará a la vida y a los otros no pagará nunca la cuenta, con lo que ha recibido de la vida y de los demás. Quien, al contrario, no vive un real enamoramiento con Dios no posee la misma certeza. Por lo tanto, no es libre de dejarse amar, porque tendrá necesidad de buscar obsesivamente signos de afecto a su alrededor. Pero porque los busca mal, o sea con aprehensión y afán de adolescente o como conquista meritoria, no los encontrará nunca, por lo que no sabe apreciar los pequeños gestos. De consecuencia, tiene necesidad de prestaciones cada vez mayores, es celosa e insaciable, ávida, avara y posesiva, como en un tormento infinito, para sí y para los otros. Quien no esta enamorado del Creador no es libre de dejarse amar por los demás.

Quien se enamora de Dios esta inevitablemente orientada a pasar los propios confines humanos a los divinos, es decir a sumergirse cada día más con El. Quien ama intensamente el Padre será conducido progresivamente a amar como Él; si no ama como Él, quiere decir que no lo ama, o lo ama poco, sin estar enamorado; la vida pasara y los votos se convertirán en una ley, tal vez injusta, y no tendrá en particular, la fecundidad generativa típica del amor del Padre-Dios.

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